Oráculo
Se suponía que si el destino existía, los ojos soñadores de Alfredo debían ser el oráculo.
Lo conoció en la clase de yoga y le llamó la atención la despreocupación total en las cosas fundamentales de la vida, tales como trabajar, estudiar o comer. Alfredo vivía del dinero que le daban sus padres, no estudiaba ni trabajaba y no estaba en sus planes hacerlo y comía cuando se acordaba de que no lo había hecho en dos días o cuando se le antojaba algún manjar, de esos que siempre se acompañan de salsas o locotos verdes.
Dejaste que los ojos transparentes ingresaran a formar parte de tus pensamientos diarios, en la ducha, a la hora de la comida, antes de dormir... Señalaban algún camino, quizás sus labios podrían decir o sus manos podrían alzar el índice apuntando hacia la adecuada dirección, sin embargo, él sólo hablaba de lo fríos que son los espejos cuando duermes la siesta sobre ellos o cuánta alegría pude traer al mundo una piedra de color púrpura.
Le preguntaste una y otra vez, le pediste direcciones, señales, pelos, pero nada. Lo único que podía proferir eran alabanzas hacia las moscas e improperios contra el aparato digestivo de los rumiantes. ¿Acaso comprendía la importancia de saber acerca de tu destino?
Un día, por fín te miró a los ojos. Parecía que iba a decir algo... ¿Prefieres helado o café? al fin dijo y simplemente miró hacia otro lado antes de que tú pudieras responder.
Fue cuando lo entendiste por fin y para tus adentros te dijiste que no había nada mejor que una taza de café con tres cucharillas de azúcar. No pudiste disimular la sonrisa que asomaba a tu rostro.